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Confusiones terminológicas


Se anuncia el XV Congreso Internacional de la Sociedad Española de Didáctica de la Lengua y la Literatura, que se celebrará entre los días 19 y 21 del próximo noviembre. Quisiera exponer aquí mi modesta opinión, nacida de mi experiencia tanto de estudiante como de profesor novato, eso sí, sobre un aspecto concreto de la didáctica de nuestra asignatura: el uso de la terminología.


Cuando enseñemos cualquier materia uno de nuestros objetivos debería ser la precisión terminológica. No es este un asunto menor: se trata de una de las condiciones de la ciencia para ser efectiva en sus formulaciones y explicaciones. Entre los objetivos de cualquier disciplina ocupa un lugar primordial el de nombrar los fenómenos que estudia de una manera clara y regular, que evite la ambigüedad y la confusión. Ninguna disciplina debería escapar a este precepto y, por tanto, la lengua y la literatura también han de procurar ser precisas y evitar ambigüedades: ello ayuda a la comprensión de conceptos y a la distinción clara de fenómenos. Como para cualquier otra ciencia, este debe ser un fin tanto para los estudios lingüísticos y literarios como para su didáctica.

Sin embargo, en la enseñanza de la lengua es habitual la confusión y la vacilación en el uso de un lenguaje científico, lo que dificulta la comprensión y confunde a los alumnos, quienes en demasiadas ocasiones observan que, según sea quien les enseña, las cosas se llaman de una u otra manera. Debería consensuarse desde la didáctica de la lengua una terminología más precisa y menos vacilante.

Imagen: nosolodeyod.com


Pero no parece que sea así, más bien al contrario. En demasiadas ocasiones la abundancia de conceptos cuyos términos se duplican, triplican o incluso s; la ambigüedad de buena parte de ellos o la imprecisión explicativa planean sobre la enseñanza de la lengua y la literatura entorpeciendo en deamsiadas ocasiones su correcta comprensión y asimilación.

Por mi experiencia, he comprobado y confirmo cada día que la asignatura de Lengua una veces es prolija en nombres para un solo concepto (complemento preposicional, de régimen preposicional, de régimen, regido o suplemento) y otras usa uno solo para designar fenómenos diferentes (oración copulativa, conjunción copulativa). Ocurre que en nuestra materia cada escuela gramatical propone su propio corpus terminológico, ya sea para distinguirse de las demás, ya sea con la sana intención de arrojar luz sobre fenómenos estudiados o nuevos. Todo ese caudal llega luego a nuestros colegios e institutos en los materiales didácticos y en las explicaciones de cada profesor, quienes unas veces se mueven por sus preferencias, otras por su filiación a una corriente gramatical, otras por el manual que empleen en el aula, sin siquiera reflexionar sobre ello. De esta manera se genera tal torrente que con frecuencia resulta confuso en lugar de claro, redundante en vez de económico, profuso cuando debería ser escueto. 
¿Son imaginables unas matemáticas en las que conceptos como suma, resta, división y multiplicación, límite, integral, potencia, ecuación, isósceles, seno, etc. se sirviesen de sinónimos para designarlos según qué profesor los impartiese o según qué libro siguiese en sus clases? ¿Sería eficaz si las operaciones se expresasen gráficamente de manera distinta? ¿Acaso no llamamos números enteros solo a los enteros y únicamente enteros y no de otra forma? ¿Por qué entonces y solo me detengo en sintaxis, pero lo mismo vale para morfología, fonología y fonética e incluso literatura en Lengua se puede hablar indistintamente de oración compleja o compuesta; oración de relativo o adjetiva; oración circunstancial o adverbial; oración subordinada o proposición; sujeto tácito, elíptico, elidido o cero; sintagma, grupo o frase; oración enunciativa, aseverativa o asertiva; clases de palabras o categorías gramaticales; determinante o actualizador; morfemas o accidentes gramaticales; adyacente, modificador o complemento del nombre, del adjetivo o del adverbio; complemento directo, objeto directo o implemento; complemento indirecto, objeto indirecto o complemento; nombre o sustantivola lista puede seguir —y dejamos para otra ocasión los usos no ya ambiguos o caprichosos, sino incorrectos e inapropiados de muchos de ellos.

No es la gramática una materia de fácil comprensión y aprendizaje: su estudio requiere un considerable nivel de pensamiento abstracto, una didáctica basada en la reflexión y una buena base donde asentar las ideas más complejas que se deben adquirir con el paso de los cursos. Si a ello le añadimos una terminología difícil, en ocasiones poco transparente, imprecisa y vacilante, la complicamos aún más. Y nosotros, los profesores de Lengua, me temo que nos empeñamos en enredarlo con demasiada frecuencia.

Poder llamar a las cosas de diferentes formas tiene su punto de riqueza pero, desde luego, no parece lo óptimo a la hora de aprehender conceptos en las primeras etapas. Una de las tareas más importantes en la enseñanza de la lengua, especialmente de la gramática, es la de acordar un corpus terminológico estable, consensuado y lo más uniforme posible. No parece fácil si los mismos gramáticos no se ponen de acuerdo en ello. La reciente en términos académicos aparición de la Nueva Gramática de la Lengua Española es una buena oportunidad para hacerlo, aun cuando la propia obra académica ofrece en casi todos los fenómenos que describe siempre más de una alternativa para nombrarlos.  

Adoptar su terminología sería un punto de partida para el acuerdo de una lo más exacta y uniforme posible. Es recomendable su actualización, además del de la metodología de enseñanza-aprendizaje, en congresos y simposios periódicos como este cuyo anuncio recogemos aquí, donde los profesores de Lengua pueden mostrar sus experiencias y compartir criterios  para lograr el objetivo que estamos proponiendo.



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