Sin duda el bilingüismo es una fuente de riqueza para nuestros alumnos: conocer y manejar dos lenguas solo tiene ventajas para su desarrollo personal, su educación, su bagaje cultural y su futuro profesional. Pero solo si esta capacidad es real, es decir, si la competencia y actuación en las dos lenguas es similar, si no igual, y no se produce una sustitución de una lengua por otra.
Ese es, en principio el objetivo de los planes educativos bilingües en español e inglés. Su implantación en el currículo requiere de planificación, medios humanos y materiales, y paciencia para esperar hasta recoger sus frutos.
En las conversaciones que con algunos padres he mantenido últimamente he reunido algunas reflexiones interesantes. Me comentan aquellos cuyos hijos están escolarizados en colegios e institutos bilingües que observan cómo sus hijos adquieren conocimientos de las materias en inglés que luego son incapaces o, al menos, les cuesta mucho expresar en español. Así, pueden describir el funcionamiento del sistema digestivo en la lengua de Shakespeare y, sin embargo, mostrarse torpes para hacerlo en la nuestra, por poner un ejemplo. Se quejan estos padres de que están sustituyendo su lengua materna por el inglés, y se preocupan por ello, no sin razón.
El peligro de la educación en una lengua extranjera radica en que esta pueda convertirse de hecho en la única que se maneje para el conocimiento y la cultura, relegando a la lengua materna al ámbito familiar. El inglés se convierte en lengua de prestigio relegando a la materna a usos coloquiales. Y esto no es sino uno de los tipos de diglosia.
Debemos vigilar los planes de estudio, las materias que se imparten en lengua extranjera y el uso que de esta y de su lengua materna hacen nuestros estudiantes en la escuela y el resto de sus relaciones sociales. Por no hablar de si verdaderamente estamos proporcionándoles educación bilingüe.
Ese es, en principio el objetivo de los planes educativos bilingües en español e inglés. Su implantación en el currículo requiere de planificación, medios humanos y materiales, y paciencia para esperar hasta recoger sus frutos.
En las conversaciones que con algunos padres he mantenido últimamente he reunido algunas reflexiones interesantes. Me comentan aquellos cuyos hijos están escolarizados en colegios e institutos bilingües que observan cómo sus hijos adquieren conocimientos de las materias en inglés que luego son incapaces o, al menos, les cuesta mucho expresar en español. Así, pueden describir el funcionamiento del sistema digestivo en la lengua de Shakespeare y, sin embargo, mostrarse torpes para hacerlo en la nuestra, por poner un ejemplo. Se quejan estos padres de que están sustituyendo su lengua materna por el inglés, y se preocupan por ello, no sin razón.
El peligro de la educación en una lengua extranjera radica en que esta pueda convertirse de hecho en la única que se maneje para el conocimiento y la cultura, relegando a la lengua materna al ámbito familiar. El inglés se convierte en lengua de prestigio relegando a la materna a usos coloquiales. Y esto no es sino uno de los tipos de diglosia.
Debemos vigilar los planes de estudio, las materias que se imparten en lengua extranjera y el uso que de esta y de su lengua materna hacen nuestros estudiantes en la escuela y el resto de sus relaciones sociales. Por no hablar de si verdaderamente estamos proporcionándoles educación bilingüe.
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