Soy de los que estudiaron Lengua y Literatura como asignaturas separadas, incluso en cursos distintos. Llegué a la filología por mi gusto por la literatura. Tuve la inmensa suerte de contar durante Bachillerato y COU con excelentes profesores que consiguieron impulsar mi pasión por las letras. Después, en mis estudios filológicos me decanté por la lingüística. Debo agradecerles mi posterior pasión por esta; si no hubiera sido por ellos no habría estudiado filología y no habría tenido acceso al estudio de la lengua.
Sin embargo, hoy es habitual encontrarse con alumnos que afirman que en clase no estudian Literatura. «Literatura la estudiáis por vuestra cuenta», les dicen sus profesores y, acto seguido, les proporcionan los números de página y algún que otro enlace o material complementario —no mucho, que no hay tiempo para profundizar demasiado— para estudiar los temas de los que les examinarán después.
Esta es la lamentable consecuencia ¿de qué? ¿De un currículo que programa en la misma asignatura dos áreas tan vastas sin dotarlas de las suficientes horas semanales? ¿Es solo una cuestión de falta de tiempo? ¿Es resultado de una decisión salomónica que el profesor tiene que tomar cuando le apremia el tiempo y el programa corre el peligro de no cumplirse? En cualquier caso, pretender que los alumnos estudien el temario de Literatura en casa proporcionándoles una bibliografía y unas pocas pautas es una mala elección ante la falta de tiempo para desarrollar los programas y, al mismo tiempo, una siembra de futuros iletrados. Y un tremendo error pedagógico que sé que muchos asumen como un mal menor y necesario.
No se puede enseñar literatura sin leer en clase, sin escudriñar los textos, sin comentarlos, sin exprimir sus significados, sin ponerlos en relación con su época, con otros movimientos y disciplinas artísticas, sin traerlos a la actualidad y relacionarlos con las vivencias de los propios alumnos... Enseñar literatura pretendiendo que los alumnos estudien las páginas del manual correspondiente los aboca al fracaso, los pierde como lectores críticos y les niega el derecho a conocer una parte fundamental de su cultura. Hacer esto significa reducir el significado de la literatura a una simple nómina de autores, obras y fechas que nuestros alumnos, en el mejor de los casos, aprenderán de memoria para responder en un examen, pero que ni sabrán contextualizar ni conectar con sus conocimientos previos ni, por supuesto, entenderán ni valorarán. «Enseñar» así literatura no merece ni el nombre de Historia de la Literatura.
Creo que se hace necesaria la separación de la enseñanza literaria de la asignatura de Lengua y Literatura. Y no es preciso dotarla de demasiadas horas a la semana, pero sí al menos de la suficiente atención como para otorgarle la dignidad e independencia que le permita salir del rincón en el que se encuentra. Mientras no sea así, finjamos que somos profesores de dos materias separadas y programemos nuestras unidades didácticas dedicando unas horas irrenunciables a la literatura.
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