En una anterior entrada de este blog hablaba de la extraña dualidad del profesor de Lengua y Literatura, quien tiene que aunar en su persona aptitudes y actitudes de científico y de artista. Una de las labores que se esperan de un profesor de literatura —que no se deberían exigir solo a él y en la que debería involucrarse todo el claustro— es precisamente que sea capaz de fomentar el gusto por esta. Este fue tema de uno de los foros de este máster: cómo conseguir de nuestros alumnos que se interesen por la lectura, que se convierta en un hábito en ellos y que la disfruten.
Como primera reflexión se me ocurre que hagamos el ejercicio de mirarnos a nosotros mismos como lectores y recordar cómo fue nuestro primer contacto con la literatura, qué fue lo que nos hizo lectores para siempre, qué libro fue el que nos marcó un antes y un después. Lo que quiero decir es que, tal vez, desde nuestra experiencia podamos extraer conclusiones y lecciones que podamos aplicar a nuestra labor como promotores de la lectura.
Cuando miro hacia atrás y pienso en cuáles fueron mis primeros pasos en la lectura recuerdo que estos fueron inspirados por los libros que encontraba en casa y los que me regalaron. Mis padres no tuvieron estudios, pero mis hermanos mayores pertenecen a aquella generación de hijos de obreros que estudió en los finales de los sesenta y principios de los setenta y, al menos ellos, completaron la educación básica. Lo que quiero decir con esto es que un hábito lector es muy difícil de trasmitir si no se da en el entorno más cercano: si un niño no ve agarrar un libro en su casa, difícilmente se sentirá atraído por el acto de la lectura —a no ser que tenga gran curiosidad e inquietud innatas— y nos encontraremos en la escuela ante una dificultad añadida. Mis hermanos siempre gustaron de leer y compraban libros que luego yo veía en sus estanterías: para mí eran una atracción; no sé decir por qué, pero intuía que entre esas páginas podía encontrar historias que me interesasen. Si a ellos les gustaban por algo sería… Los primeros libros de cierta entidad que recuerdo leer voluntariamente, con diez u once años, fueron Los viajes de Gulliver y Viaje al centro de la tierra. También tengo un gran recuerdo de la lectura de La historia interminable.
Creo que ese es un tipo de literatura que a los alumnos del primer ciclo de Secundaria les puede gustar, además de la lectura de fragmentos de obras escogidas. Cada persona es un mundo, cada uno tiene sus gustos y preferencias, pero creo que la atracción por la aventura, lo desconocido y la fantasía es algo que a los más jóvenes gusta por igual. Hoy yo mismo no me considero un gran lector en cantidad —ni me preocupa lo más mínimo serlo—, tengo muchas lagunas y hay muchas obras que no he leído, y no por ello me considero mal lector porque creo que sí tengo espíritu crítico y las suficientes herramientas para saber escoger y reconocer dónde hay valor en una obra literaria.
Este pienso que es el objetivo hacia el que se debe encaminar nuestra labor en la enseñanza de literatura.
Este pienso que es el objetivo hacia el que se debe encaminar nuestra labor en la enseñanza de literatura.
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